Stanley Jones
El deseo de vivir impulsa todo.
Cuanto existe busca la perfección. El ansia de consumación es quizás el más
fuerte de los impulsos.
1 Corintios 9.24-27; 1 Timoteo
6.11-12
La religión tiene sus raíces en esa
ansia de vivir; la religión es el ansia cualitativa de la vida.
Queremos vivir, no sólo plenamente,
sino mejor. El deseo de vivir se puede convertir en el deseo del poder, a menos
que sea dirigido por factores cualitativos. El deseo de gobernar puede
degenerar en tiranía, si no está controlado por la Voluntad de Dios.
Pablo sugiere este deseo de dominio
en estas palabras: “Todas las cosas me son licitas, más no todas convienen:
todas las cosas me son lícitas, más yo no me meteré debajo de potestad de
nada”. (1 Corintios 6.12).
Esa frase: “Yo no me meteré debajo
de potestad de nada”, es la declaración más grande de un propósito vital que se
haya proferido. El hombre dominado en lo absoluto por la voluntad de Dios no
estaba dispuesto a ponerse debajo de la potestad de nada.
Invirtiendo el orden: Quien no está
en forma absoluta bajo la potestad de Dios, se encuentra bajo el dominio de
todo: de sí mismo, de los demás, de las circunstancias, del mundo, de las
contrariedades, de la desilusión.
Algunos son dominados por el mundo.
El proceso previo es lento y callado. Apenas si nos damos cuenta de lo que
sucede, pero nos vamos dejando dominar por una visión materialista. Se cuenta
la historia de un pajarillo al que se le ofreció un gusano a cambio de una
pluma.
El pajarillo pensó que aquello era
un buen negocio. Se ahorraría la molestia de buscar un gusano y una pluma ni la
echaría de menos. Pero un día despertó para hallarse con la amarga realidad de
que había perdido todas las plumas y no podía volar.
Había cambiado su poder de volar por
un gusano. Estaba atado a la tierra. Algo semejante nos está sucediendo: los
poderes del alma, los valores morales, la facultad de remontarnos la estamos
cambiando por cosas materiales. De seguir así, muy pronto el hombre será un
alma muerta rodeada de insignificancias.
Hay personas a quienes domina el
dolor de la muerte de un ser querido o el desencanto. Se retiran a un rincón
como el perro golpeado huye con la cola entre las piernas. La vida es mucho
para ellas. Están vencidas. Se entregan a la lamentación inútil. Su deseo de
vivir se convierte en un lamentarse sin cesar respecto de la vida.
Dios mío, aparte de Ti soy dominado
por una infinidad de cosas. Contigo nada me domina sino Tú. Así, me siento
libre. No permitas que me dominen ni la tristeza ni la angustia. Ayúdame a
vencer todas las circunstancias. Por Cristo Jesús. Amén.
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