Viernes, 3 de Septiembre del 2014
Por: Dante Gebel
Quiero que trates de
identificarte con la historia. Al igual que Noemí estás esperando el
cumplimiento de una promesa en tu desarrollo silencioso, en tu carpintería
personal. Sabes que en cualquier momento Dios puede elevarte a la plenitud de
tu ministerio, pero te estás poniendo nervioso.
Cuando tenía dieciséis años,
el pastor me dio mi primera oportunidad para predicar en una reunión pública.
Recuerdo que estaba muy nervioso porque no sabía de qué hablar. Entonces
recordé una historia que alguna vez había oído siendo niño y me había
sorprendido. Fue la primera historia bíblica que aprendí y fue el tema de mi
primer sermón: Noemí y las migajas de la cosecha.
En su primer capítulo el
libro de Rut nos relata el incidente. La familia de Noemí parecía tenerlo todo
para ser feliz, sin embargo una hambruna inesperada los sorprende en su propia
tierra. La Biblia dice que la familia tomó una decisión radical: se mudaron a
las tierras de Moab para sobrevivir al hambre.
Las escrituras no nos arrojan
demasiada luz en cuanto a los detalles de lo que ocurrió a partir de la
mudanza, pero lo cierto es que inesperadamente, en tierras ajenas, Noemí pierde
a su esposo y a sus dos hijos, «quedando así la mujer desamparada de sus dos
hijos y de su marido» (Rut 1.5).
En apenas cinco versículos la
Biblia nos expone una tragedia; una buena familia que se desintegra
injustamente. Pero aún hay algo más sorprendente. La mujer se entera de que
Dios había visitado la tierra de la cual había emigrado junto a su familia,
«porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para
darles pan» (Rut 1.6).
Quiero que trates de
identificarte con la historia. Al igual que Noemí estás esperando el
cumplimiento de una promesa en tu desarrollo silencioso, en tu carpintería
personal.
Sabes que en cualquier
momento Dios puede elevarte a la plenitud de tu ministerio, pero te estás
poniendo nervioso. «No debería tardarse tanto», dices un tanto ansioso. Sabes
que tienes que permanecer siendo fiel en las cosas pequeñas y aparentemente
intranscendentales, pero el «hambre ministerial» se está haciendo sentir.
Desearías hacer algo más que estar en silencio, pero solo tienes una visión que
tienes que cuidar.
Ya no abundan las palabras
proféticas, ni las proposiciones ministeriales, ni las sensaciones místicas,
solo estás soportando esa aparente «hambruna espiritual». Hasta que te hartas
de la carpintería y decides moverte; te mudas. Alguien te susurra que hay un
lugar donde «se come bien»; un sitio donde puedes recibir tu certificado sin
rendir el examen. La oferta parece tentadora.
Puedes sortear la materia de
la espera. Una iglesia donde sí valoren tus dones; otra organización donde no
tengas que ir a un seminario para ser pastor; una congregación donde agradezcan
tus esfuerzos; un lugar donde puedas desarrollarte como líder. Parece una buena
decisión, pero los resultados son patéticos.
Noemí lo pierde todo por
haberse movido de su lugar. Ahora no tiene esposo, ni hijos, solo dos nueras de
las cuales una sola le será fiel.
La Ley de Dios estipulaba que
al recoger la cosecha las familias no debían segar a fondo, a fin de dejar un
poco para las viudas y los huérfanos. Así que Noemí regresa a su lugar de
origen para recoger las migajas de la cosecha.
Pudo haberlo tenido todo,
pero no estuvo allí cuando Jehová visitó la tierra y les dio el pan. Hay un
momento, un segundo en los tiempos divinos, donde el Señor te visitará con los
planos completos de tu vida y tu ministerio. No te hablo del bautismo en el
Espíritu Santo, sino de un toque de la presencia de Dios; y lo único que se te
pide es que estés en el lugar correcto, a la hora indicada.
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