Liliana
Gebel
Sé lo que va a suceder
–me dijo Dante - Dios va a darnos un ministerio multitudinario con la juventud,
acabo de ver un estadio completamente repleto de jóvenes y yo estaba allí. Nos
abrazamos arrodillados en la cama, mientras que le agradecíamos al Señor por su
fidelidad.
Una
fría noche de Junio, casi no sentía mis piernas del frío y del cansancio, así
que alrededor de la medianoche, le dije a mi esposo que me iría a dormir. -Que
descanses –me contesto con la cabeza entre las rodillas- yo me quedaré un poco
mas y en unos minutos también me iré a dormir.
Esos
minutos fueron claves para lo que sucedería en unos instantes y en nuestro
futuro. A los pocos minutos una gran visión envolvió a Dante de manera que
literalmente lo dejo temblando.
De
pronto, todo el departamento pareció iluminarse y apareció ante sus ojos un
estadio completamente repleto de jóvenes con estandartes y banderas que tenían
escritas leyendas que hablaban de santidad.
-Era
como si Dios me estaba ofreciendo una función privada en pantalla gigante de lo
tenía preparado para nosotros, magistralmente editado a ocho cámaras, pude ver
a miles de jóvenes desde todos los ángulos del estadio. –relataría Dante
algunos años después en “El código del Campeón” (Vida-Zondervan).
Mi
esposo apareció a los pocos minutos al lado de mi cama, pálido como un papel y
emocionado como un niño que acaba de abrir su juguete de navidad.
-Sé
lo que va a suceder –me dijo- Dios va a darnos un ministerio multitudinario con
la juventud, acabo de ver un estadio completamente repleto de jóvenes y yo
estaba allí. Nos abrazamos arrodillados en la cama, mientras que le
agradecíamos al Señor por su fidelidad.
Al
día siguiente, regresamos a trabajar sabiendo que Dios ya había escrito nuestro
futuro. Ya no importaba esperar, o que nadie confiara en nuestros sueños, el
Señor nos había mostrado que El estaba dispuesto a romper nuestras propias
estructuras mentales, teníamos muy en claro que el Señor había decidido
prestarnos los oídos de la juventud y debíamos prepararnos para ello.
No
son los contactos correctos ni una recomendación lo que lograrán que tu
ministerio estalle. Es la oración íntima, intensa y privada la que finalmente
logra trastocar la historia.
Siempre
nos preguntamos que hubiese sucedido de no haber orado cada noche; es muy
sencillo decir: “Si Dios tiene un ministerio para mi vida, finalmente me lo
dará”, pero muy pocos quieren pagar el precio de ir por él.
En
distintas partes del mundo me he topado con personas que me dicen que sueñan con
grandes visiones. “Ahora solo estoy esperando que ocurra”, me dicen como un
gran hallazgo.
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